Luego de tres meses en el cargo, secretario de Gobierno de Bogotá se fue
El divorcio Petro-Navarro
Aunque justificada por razones personales, la renuncia de Antonio Navarro parece más una apuesta política de largo plazo.
El secretario de Gobierno, Antonio Navarro Wolff, mientras anuncia su renuncia irrevocable al cargo. /David Campuzano
Apenas tres meses después de asumir el cargo y cuando todo el mundo lo reconocía como uno de los políticos más centrados de la administración de Gustavo Petro, Antonio Navarro decidió el viernes abandonar el barco.
Llevaba mucho tiempo pensándolo. Desde antes de asumir le había dicho al alcalde capitalino que su paso por el gabinete no sería muy largo y aun así Petro lo nombró, como homenaje a su pasado común en la guerrilla, el Congreso e innumerables aventuras políticas en las que se convirtieron en los dos más claros ejemplos de éxito electoral que desmovilizado alguno haya tenido en el país.
La figura de Navarro en el equipo de Petro neutralizaba una de las críticas que más le hacían al mandatario capitalino: su falta de experiencia en el Ejecutivo. Es claro que ese factor fue decisivo para su nombramiento. Como el mismo Navarro dice: “Haber sido libra por libra el mejor alcalde del país”, por encima de figuras como Antanas Mockus (quien gobernó Bogotá mientras él lo hacía en Pasto), es una carta de presentación que muy pocos pueden presentar. Y haber hecho una gestión exitosa en la Gobernación de Nariño lo ratificó. Como si todo esto fuera poco, aunque genera resistencia en algunos sectores por su condición de exmilitante del M-19, Navarro es una figura carismática, como lo demuestra el hecho de que estuvo entre los congresistas más votados del país cuando se presentó al Senado y la Cámara de Representantes.
Está claro, pues, por qué lo nombraron. Lo que no se explica bien es por qué se va. Cierto es que el abrazo de despedida en la rueda de prensa dio la impresión de ser sincero. Ambos negaron que haya sido porque se pelearon (lo cual también puede ser cierto). Tampoco parece cierta la versión de que haya sido por problemas de salud (“no me duele una muela”, dijo Navarro en la rueda de prensa de despedida). Lo que no pueden negar es que tienen diferencias en el estilo de gobierno y que no era fácil para un peso pesado de la política como Navarro ser el segundo de quien toda la vida le cubrió la espalda. No es claro que el motivo de la salida de Navarro haya sido su pelea con Álex Vernot. Y tampoco es creíble que dos amigos como Petro y Navarro hayan llegado a una pelea irreconciliable, como no lo fue la que tuvieron en sus épocas de congresistas (ver nota relacionada).
Desde hace cinco semanas, Petro estaba advertido de que Navarro se quería ir. Navarro mismo se lo dijo en una reunión nocturna de viernes en el Palacio Liévano, de la que fueron testigos funcionarios como Guillermo Asprilla (director de la Uaesp), Augusto Rodríguez y Jorge Rojas, quien ayer fue nombrado como secretario de Gobierno encargado. También estaba el exministro Camilo González Posso.
El alcalde no quería aceptar la renuncia, motivada en asuntos personales que Navarro prefiere no ventilar, pero sobre los cuales dio pistas ayer mismo al señalar que desea recuperar el tiempo perdido con su familia. Y no es una excusa. Desde cuando decidió irse a Pasto persiguiendo el sueño de ser gobernador, Navarro estuvo lejos de su esposa e hijos. Y al salir de ese cargo, sin un día de descanso, regresó a Bogotá a hacer parte del equipo de Petro. Hoy vive en el occidente de Bogotá, demasiado lejos del que hasta ayer fue su trabajo en la Alcaldía, pero lo suficientemente cerca de sus hijos como para poder verlos con tiempo suficiente todos los días.
Detrás de las respetables razones personales de Navarro también parece asomarse una jugada política de largo plazo. No es muy probable que asuma la conducción del movimiento Progresistas que llevó al poder a Petro, como aseguraron ayer algunos medios. Ese trabajo es aún más desgastante que el de secretario del despacho, y en esta etapa de su vida Navarro no parece muy dispuesto a ello. Es una figura de la política casi comparable con Horacio Serpa: ambos fueron alcaldes, gobernadores, congresistas y presidentes de la Asamblea Nacional Constituyente. El único punto de diferencia es que, en cuanto a cargos públicos, Serpa fue procurador.
Pero Navarro, pese a que está a sólo un año de cumplir la edad de retiro forzoso, no está muerto políticamente y aún puede aspirar, por ejemplo, a ser alcalde de Bogotá o presidente de la República. No quiere pasar a la historia como candidato frustrado a la primera magistratura y, aunque nunca lo reconozca en público, aún le duele no haberse podido postular para gobernar a Bogotá en el año 2000, cuando gozaba de su récord histórico de popularidad, pues le faltaron dos meses para cumplir con el requisito de haber vivido los tres últimos años en la ciudad. ¡Qué paradoja!, haber sido el mejor alcalde del país en Pasto lo privó del que muchos veían como un seguro triunfo en Bogotá.
No es descartable que Navarro, busque una especie de alianza de sectores para una aspiración política más adelante. Es visto como una figura de concertación, a diferencia de Petro. Incluso el 30 de enero tuvo la idea de ofrecer participación en la administración distrital a los partidos distintos al de Progresistas, idea por la que terminó en controversia con Petro.
Pero, entre tanto, ¿qué va a pasar con la ciudad? Sin duda que Bogotá pierde, porque el aporte de Navarro en cuanto a experiencia en el manejo de la cosa pública hará mucha falta. Pierde también Petro, pues se va una de las pocas personas que lo frenaba ante situaciones en las que reacciona con demasiado impulso. Y aunque Navarro gana tiempo para resolver sus respetables y comprensibles dilemas de vida personal, tampoco tiene asegurado que en política el camino sea fácil. Bueno, la verdad, Navarro nunca la ha tenido fácil.
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