¿Habrá chavismo sin
Chávez? Sin duda. Pero los caudillos son, por definición, fenómenos
individuales. Maduro será si mucho una sombra desteñida de quien lo eligió a
dedo.
Por: Héctor Abad / Especial para El
Espectador
El presidente Hugo Chávez falleció a los 58 años.
La muerte de un
presidente en ejercicio es siempre traumática para cualquier país. Cuando ese
presidente, además de serlo porque fue elegido por votación popular, es también
un caudillo que ha acumulado catorce años al mando de su nación, y ha aferrado
en su puño casi todas las ramas del poder, el trauma es mucho más hondo, y los
efectos de su muerte más difíciles de calcular. Algo que hay que señalar de
inmediato como positivo (y esta es una lección que Venezuela le ha dado siempre
a los colombianos), es que el vicepresidente Maduro, al anunciar la muerte de
Chávez, lanzó un llamado a todo su país para que haya respeto, no violencia y
paz.
Esta señal de
madurez y este llamado a la convivencia son convenientes para la transición que
sigue en Venezuela. Ojalá este sea el tono, y no el paranoico de pocas horas
antes, cuando acusó al enemigo de haber inoculado el cáncer de Chávez. Si el
tono sereno y conciliador se mantiene, no se vislumbran golpes militares ni
enfrentamientos violentos, sino nuevas elecciones.
Según la Constitución
será ahora el presidente de la Asamblea, Diosdado Cabello, quien gobierne a
Venezuela, mientras se convoca a nuevos comicios. Es probable que este mes se
mantenga la ola de conmoción y solidaridad que dejará el fallecimiento de
Chávez y eso permite prever que el escenario más probable sea que el chavismo
unido consiga mantenerse en el poder. Desde ya empiezan a repetirse, como un
testamento a ser respetado, las últimas palabras de Chávez antes de salir para
su último y fallido tratamiento en Cuba: Maduro, con un convencimiento pleno
como la luna llena, es su sucesor, el ungido. Todo este mes vamos a oír, como
un martillo, este testamento político.
Pero para lograr
que esa encrucijada de tendencias distintas lleguen unidas a las urnas (única
garantía para poder derrotar nuevamente a Capriles, si es que la oposición
vuelve a presentarse con un solo nombre), Nicolás Maduro tendrá que jugar con
mucha cautela esa partida. Deberá darle mucho juego al hombre favorito de las
Fuerzas Armadas, y su íntimo enemigo, Diosdado Cabello. Tendrá que ser muy
generoso con la familia Chávez en el estado que por herencia de sangre dominan,
Barinas, y donde se han turnado el padre y dos hermanos, compitiendo siempre
por el poder. Tendrá que navegar en las aguas turbias de los fundamentalistas,
de los negociantes, de los más ideológicos y los más aprovechados.
El chavismo es un
entramado de ideales socialistas sinceros (casi siempre más torpes que
iluminados), de populismo barato para mantenerse en el poder, de vulgar
corrupción boliburguesa (Venezuela está catalogada como uno de los países más
corruptos del mundo), de intereses privados y públicos que deben repartirse la
sustanciosa marrana del petróleo y de un aparato estatal gigantesco y
financiado casi por completo por las exportaciones de petróleo. Sin el petróleo
habría sido imposible el populismo perfecto del carismático ex teniente
coronel, primero golpista y luego presidente legítimo.
La situación
económica interna de Venezuela no es favorable, aunque pudo mantenerse más o
menos a flote hasta las pasadas elecciones, como se mantuvo vivo con aparatos,
artificialmente, al presidente agonizante. Así como se negó durante meses su
gravedad, esa misma negación se aplica a la situación de desabastecimiento que
se vive en el país (víveres, energía, bienes de primera necesidad, insumos y
materias primas para la maltrecha industria que sobrevive).
Después del
moribundo Chávez, habrá que enfrentar la otra verdad de la moribunda economía
venezolana. Las anteriores elecciones, ganadas por Chávez con el 55% de los
votos, dejaron las arcas aún más secas y maltrechas, por lo mucho que hubo que
aceitar las clientelas que reciben beneficios de un régimen eminentemente
demagógico.
Es posible que en
este mes -apoyado por la paradójica euforia del luto- Maduro consiga mantener
unido al chavismo hasta llevarlo a ganar las elecciones. Pero a partir de su
triunfo todos los nudos llegarán al peine, todas las dificultades se harán
patentes, y será la muerte del caudillo, su ausencia, el nuevo comodín que se
usará para explicar todos los desastres que, en realidad, él mismo causó. Los
desastres y los logros, me dirán.
Sin duda un hombre
que ganó casi todas las elecciones en las que participó, algo sustancioso debió
darle a la mayoría de los votantes venezolanos, y es verdad. Pero lo triste
está precisamente en ese verbo: dar. Un gobierno no es, o no debería ser (y
esto lo estamos viviendo cada vez más en Colombia) simplemente una chequera
inmensa que regala y subsidia a los más o a los menos necesitados. Porque el
problema del populismo electoral -sobre todo en países rentistas y mineros como
Venezuela- es que todo el aparato productivo se resiente, si casi todo se
importa y se regala, salvo el petróleo. El modelo del subsidio perpetuo no
funciona en un país grande y complejo como Venezuela.
¿Habrá chavismo sin
Chávez? Sin duda. Pero los caudillos son, por definición, fenómenos
individuales, cuya herencia hay que repartir entre muchos que carecen de su
halo. Maduro será si mucho una sombra desteñida de quien lo eligió a dedo en su
momento de mayor debilidad física.
Chávez tuvo la
suerte de poderse gastar casi hasta la última gota no solo su prestigio sino
también la riqueza de un país inmensamente rico e inmensamente ineficiente. Al
chavismo heredero le tocará gobernar con lo que queda y con los azares de lo
que pueda suceder con la producción y los precios del petróleo. Lo más probable
es que en los próximos cinco años nos toque asistir al desmoronamiento de algo
que no fue construido sobre la piedra sólida, sino sobre la arena, o, para
decirlo a la manera de Bolívar, arado en el mar y edificado en el viento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario